Hay en el Canto General de Neruda un episodio sobre un
carguero soviético que arriba a Talcahuano al sur de Santiago de Chile y a
cuyos tripulantes la policía chilena les impide bajar del barco. Es durante el periodo de
entreguerras, cuando estuvieron interrumpidas las relaciones diplomáticas entre Chile y
la URSS. Ese carguero anclado en el puerto es saludado por la noche desde las
montañas cercanas por miriadas de lucecitas. Son las lámparas de carburo que
los mineros chilenos agitan saludando a los hermanos de la patria socialista.
Muy conmovedor todo.
NERUDA – CANTO GENERAL
Os voy a contar aún otra pequeña historia.
Junto a las grandes minas del carbón, que avanzan bajo
el
mar
en Chile, en el frío puerto de Talcahuano,
llegó una vez, hace tiempo, un carguero soviético.
(Chile no establecía aún relaciones
con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Por eso la policía estúpida
prohibió bajar a los marinos rusos,
subir a los chilenos.)
Cuando llegó la noche
vinieron por millares los mineros, desde las grandes minas,
hombres, mujeres, niños, y desde las colinas
con sus pequeñas lámparas mineras,
toda la noche hicieron señales encendiendo y apagando
hacia el barco que venía de los puertos soviéticos.
Aquella noche oscura tuvo estrellas:
las estrellas humanas, las lámparas del pueblo.
Hoy también desde todos los rincones
de nuestra América, desde México libre, desde el Perú
sediento,
desde Cuba, desde Argentina populosa,
desde Uruguay, refugio de hermanos asilados,
el pueblo te saluda, Prestes, con sus pequeñas lámparas
en que brillan las altas esperanzas del hombre.
Por eso me mandaron por el aire de América,
para que te mirara y les contara luego
cómo eras, qué decía su capitán callado
por tantos años duros de soledad y sombra.
Voy a decirles que no guardas odio.
Que sólo quieres que tu patria viva.
Y que la libertad crezca en el fondo
del Brasil como un árbol eterno.
En El cero y el Infinito (Darkness at noon)
de Koestler también aparecen los cargueros soviéticos del periodo previo
a la segunda guerra mundial, pero en el texto de Koestler no hay lirismo, al
escritor le interesa otra cosa, desvelar el proceso mediante el cual el choque entre los objetivos utópicos del
comunismo y las obligaciones de la política de estado desemboca en una sociedad
más tiránica que aquellas frente a las que se levantó el comunismo.
La Sociedad de Naciones tras la invasión de Abisinia por los
italianos había declarado un boicot
económico a la Italia de Mussolini. Los
soviéticos aprovecharon la necesidad de conseguir materias primas que tenían
los fascistas italianos para venderles mercancías. En esos años, la URSS se comportó
como un esquirol. (1)
Y tras este exordio llego a Barcelona. El 30 de enero de
1936, por primera vez desde la instauración del régimen soviético, arribó al
puerto de Barcelona un vapor de la URSS. El Volkhov. Provenía de Cardiff donde se había cargado de carbón.
Entradas de barcos en el puerto de Barcelona el 30 de enero de 1936 (La Veu de Catalunya)
El Volkhov atracado en el muelle del puerto de Barcelona (todas las fotografías son de Torrents y proceden
del número de 9 de febrero de 1936 de la revista Crónica).
El Diluvio - 31 de enero de 1936.
Atracó en el
muelle de Poniente próximo al Morrot y su tripulación la componían 22 o 23
hombres y 3 o 5 mujeres, según sea el periódico que hable de ello. No se
permitió a la tripulación bajar del barco y una parte de la carga fue
trasladada al muelle.
Miembros de la tripulación contemplando la ciudad desde la cubierta del barco.
A los cinco días, el 4 de febrero, partió rumbo a un
puerto italiano. Durante los días que
permaneció en el puerto, las expresiones de apoyo, flores, himnos, todo ello desde la distancia
que permitía el grupo de guardias de asalto encargada de impedir el contacto
físico entre comunistas de uno y otro lado fueron
constantes. Los comunistas catalanes acudieron cada día a saludar a sus
hermanos.
El Diluvio - 1 de febrero de 1936.
Venía de Cardiff
puerto al que la marina mercante solía acudir para aprovisionarse del carbón de Gales, había
descargado una parte de la carga en Barcelona y partía a Italia. El del Volkhov
parece uno de los casos claros de vulneración por la URSS de los acuerdos
internacionales para presionar al régimen fascista.
.
El Diluvio - 5 de febrero de 1936.
La guerra de Abisinia tuvo un seguimiento extenso en la
prensa de Barcelona. La revista Crónica narra una manifestación que tuvo lugar
en octubre de 1935 en donde la “negrada” al decir de la reseña intentó expresar su
apoyo al régimen abisinio. Iniciada en Arco de Cirés transcurría por Conde del
Asalto hasta que los manifestantes fueron distraídos por un “moreno muy salado”
que obligó a todo el grupo a olvidar el motivo de la marcha para llenar un bar
y vaciar las existencias de wiski del establecimiento.
Revista Crónica - 6 de octubre de 1935.
(1) ARTHUR KOESTLER - EL CERO Y EL INFINITO
Hacía dos años que el Partido había ordenado a todos los
trabajadores del mundo que
combatieran la nueva dictadura que se acababa de establecer
en el corazón de Europa, por medio de un bloqueo económico y político. No se
podía comprar mercancías procedentes del país enemigo, ni tampoco dejar pasar
los cargamentos consignados a su enorme industria de guerra. Las secciones del
Partido ejecutaron estas órdenes con entusiasmo, y los trabajadores del muelle
de aquel pequeño puerto se negaron a cargar o descargar mercancías con destino
a ese país o procedente de él. Otros sindicatos se les unieron. La huelga era
difícil de llevar. Hubo conflictos con la policía, con muertos y heridos.
El resultado final de la lucha estaba todavía indeciso,
cuando arribó al puerto una pequeña flota compuesta de cinco curiosos y
anticuados barcos de carga; cada uno llevaba pintado en la popa el nombre de un
gran héroe de la Revolución en el extraño alfabeto que se usaba en el Otro Lado;
en las proas flameaba la bandera de la Revolución. Los trabajadores en huelga
los recibieron con entusiasmo y empezaron inmediatamente la descarga de las
bodegas. Después de varias horas se dieron cuenta de que el cargamento
consistía en ciertos minerales raros, que venían consignados
a la industria de guerra del país boicoteado.
La sección del Partido de los trabajadores del muelle
convocó inmediatamente una reunión del comité,
que acabó a golpes, y las acaloradas disputas se esparcieron a través del
movimiento por todo el país. La prensa reaccionaria explotó el suceso con
escarnio. La policía cesó de oponerse a la huelga, proclamando su neutralidad y
dejando que los trabajadores del puerto decidiesen por sí mismos si iban o no a
continuar descargando los barcos de la curiosa flotilla negra. Los jefes del Partido
dieron órdenes para que cesase la huelga y se descargasen los barcos. Dieron
explicaciones
razonables y argumentos sutiles para justificar, la conducta
del País de la Revolución, pero pocos fueron los convencidos. La sección se
dividió renunciando la mayoría de los miembros más antiguos.
Durante muchos meses el Partido fué casi inexistente, pero
poco a poco, a medida que se acentuaba la crisis industrial del país, volvió a
ganar su fuerza y popularidad.
Habían pasado dos años. Otra voraz dictadura en el sur de
Europa, empezó otra guerra de saqueo y
conquista en África, y otra vez el Partido ordenó un boicot, que recibió una
respuesta aún más entusiasta que la pasada. En esta ocasión los gobiernos de
casi todos los países del mundo habían decidido impedir el suministro de
materias primas al país agresor.
Sin materias primas, y particularmente sin petróleo, el
agresor estaría perdido. Éste era el estado
de cosas cuando otra vez la curiosa flotilla negra hizo su aparición. El más
grande de los barcos llevaba en la popa el nombre de un hombre que había alzado
su voz contra la guerra y que había sido asesinado; en sus mástiles ondeaba la
bandera de la Revolución y en las bodegas llevaban petróleo para el agresor. Un
día antes de que arribasen al puerto, ni el pequeño Loewy ni sus amigos sabían
nada de su llegada. La misión de Rubashov era prepararlos para ello.
El primer día no había dicho nada, limitándose a tantear el
terreno. Pero a la mañana del día siguiente
la discusión comenzó en la sala de reuniones del Partido.
Era una habitación enorme, desnuda, sucia, y amueblada con
esa falta de cuidado que hace que las oficinas del Partido se parezcan unas a
otras en todas las ciudades del mundo. Esto era, en buena parte, el resultado
de la pobreza, pero principalmente consecuencia de una tradición ascética y
sombría. Las paredes estaban cubiertas con viejos cartelones electorales,
frases hechas de intención política, y comunicados escritos a máquina. En un
rincón había un viejo mimeógrafo cubierto de polvo; en otro, un montón de ropas
usadas destinadas a las familias de los huelguistas, y cerca de ellas, una pila
de volantes y folletos. La larga mesa la constituían dos tablas paralelas
apoyadas en caballetes, y las ventanas aparecían
embadurnadas de pintura, como si el edificio estuviese a medio acabar. Sobre la
mesa colgaba una bombilla eléctrica cuyo cordón pendía del techo, y al lado
varias tiras de papel matamoscas. Alrededor de la mesa se sentaban el
contrahecho, pequeño Loewy, el ex luchador Paul, el escritor llamado Bill y
otros tres más.
Rubashov habló durante un rato. El ambiente le era familiar;
su fealdad tradicional le hacía sentirse como en su casa. Se encontraba plenamente
convencido de la necesidad y utilidad de su misión, y no llegaba a comprender
cómo, en la ruidosa taberna, la noche anterior, había experimentado un
sentimiento de desasosiego. Explicó objetivamente, y no sin cierto calor, el
real estado de las cosas, aunque sin mencionar todavía el verdadero objetivo de
su venida. El bloqueo mundial contra, el agresor había fracasado a causa de la
codicia e hipocresía de los gobiernos europeos, algunos de los cuales guardaban
aún la apariencia de continuar el boicot, mientras otros ni siquiera eso
conservaban. El Estado agresor necesitaba petróleo. Durante los últimos años el
País
de la Revolución había cubierto gran parte de esta
necesidad. Si ahora interrumpía los envíos, otros países aprovecharían para
arrebatarle ese mercado; en verdad, no podían pedir nada mejor para expulsar al
País de la Revolución de los mercados mundiales. Rasgos románticos de esta
clase hubieran perjudicado el desarrollo de la industria del Otro Lado, y con
ello el movimiento revolucionario en todo el mundo. Las deducciones eran
claras.
Paul y los tres obreros del puerto asentían. Pensaban con
lentitud, y todo lo que el camarada del
Otro Lado les decía les sonaba de modo completamente convincente, siendo un
discurso más bien teórico, sin consecuencias
inmediatas para ellos. No podían ver hacia dónde se dirigía, puesto que nada
sabían de la flotilla negra que se acercaba al puerto. Sólo el pequeño Loewy y
el escritor de la cara torcida, cambiaron una mirada rápida; Rubashov los
observó, y terminó más secamente, sin ningún calor en la voz:
-Esto es realmente todo lo que tenía que, decir es, en
cuestión de principios. Esperamos que cumplan las instrucciones del Comité
Central y que expliquen el pro y el contra del asunto a los demás camaradas menos
evolucionados políticamente en caso de que alguno de ellos guarde alguna duda.
Por el momento, no tengo nada más que decir.
Hubo un silencio que duró un minuto. Rubashov se quitó los
lentes y encendió un cigarrillo. El pequeño Loewy dijo en un tono de voz
indiferente:
-Damos gracias al orador. ¿Hay alguien que quiera hacer
,alguna pregunta?
Nadie habló. Al cabo de un rato uno de los obreros del
puerto dijo torpemente:
-No hay que decir mucho sobre eso. Los camaradas del Otro
Lado deben saber bien de qué se trata. Nosotros, desde luego, continuaremos
trabajando por el boicot. Pueden confiar en nosotros. En este puerto no se
mandará nada a esos cerdos.
Los otros dos compañeros asintieron, y el luchador Paul lo
confirmó: “Aquí, no”; hizo un ademán belicoso y movió las orejas.
Durante un momento, Rubashov creyó que sólo se le opondría
una fracción, pero poco a
poco se dió cuenta de que no lo habían entendido. Miró al
pequeño Loewy, con la esperanza de que aclarara la cuestión, pero éste mantuvo
los ojos bajos y guardó silencio. De pronto, el escritor exclamó, acentuando su
tic nervioso:
-¿No podrían elegir esta vez otro puerto para sus pequeños
negocios? ¿Siempre debe ser el nuestro?
Los obreros del muelle lo miraron con sorpresa, sin entender
lo que quería decir por
“negocios”; la idea de la flotilla negra que se iba
aproximando a sus costas estaba más lejos que nunca de su imaginación. Pero
Rubashov -había esperado esta pregunta:
-Es a la vez política y geográficamente conveniente -dijo-;
las mercancías se llevarán desde aquí por tierra. No tenemos, naturalmente,
ninguna razón para guardar nada secreto, pero nos parece más prudente evitar
una algarada, que la prensa reaccionaria aprovecharía para sus fines.
El escritor volvió a cambiar una mirada con el pequeño
Loewy. Los obreros del puerto
miraron a Rubashov sin comprender; se podía ver el esfuerzo
que hacían por enterarse. De pronto, Paul dijo con voz cambiada y ronca:
-¿De qué estamos tratando aquí?
Todos lo miraron. Su cuello estaba rojo, y miraba a Rubashov
con ojos salientes. El pequeño Loewy dijo con cierto trabajo:
-¿Ahora te enteras?
Rubashov los miró alternativamente, y luego dijo con calma:
-No he entrado todavía en detalles. Se espera que los cinco
barcos de carga enviados por el Comisariato de Asuntos Extranjeros lleguen
mañana por la mañana, si el tiempo no lo impide.
Aun así, todavía, transcurrieron algunos minutos antes de
que todos comprendieran. Nadie dijo una palabra; todos miraban a Rubashov.
Luego Paul se levantó lentamente, tiró la gorra al suelo, y salió de la
habitación. Dos de sus compañeros se quedaron mirándolo. Nadie hablaba.
Entonces el pequeño Loewy se aclaró la garganta y dijo:
-El camarada ha explicado las razones de este negocio; si
ellos no entregan la mercancía otros lo harán. ¿Alguien desea hacer uso de la
palabra?
El cargador que ya había hablado se removió en la silla y
dijo:
-Ya conocemos esa canción. En una huelga hay gente que dice:
“Si yo no hago ese trabajo algún otro lo
hará.” Ya hemos oído bastante de eso. Así es como hablan los esquiroles.
Hubo otra pausa. Se oyó un portazo en la calle al salir
Paul. Entonces Rubashov dijo:
-Camaradas, los intereses de nuestro desarrollo industrial
del Otro Lado son antes que todo. El sentimentalismo
no nos lleva a ninguna parte. Piensen en ello.
El obrero del muelle echó adelante la barbilla y dijo:
-Ya hemos pensado y hemos oído bastante. Ustedes, los del
Otro Lado deben dar el
ejemplo. El mundo entero está pendiente de ello. Hablan de
solidaridad, de sacrificio, de disciplina, y al mismo tiempo están utilizando
su flota para sabotear la huelga.
Entonces el pequeño Loewy levantó la cabeza súbitamente;
estaba pálido. Saludó a
Rubashov con la pipa y dijo en voz baja y rápida:
-Lo que el camarada ha dicho es también mi opinión. ¿Tiene
alguien algo más que añadir? Se suspende la reunión.
Rubashov salió de la habitación apoyado en sus muletas. Los
acontecimientos siguieron su curso previsible e inevitable. Mientras la
anticuada flotilla entraba en el puerto, Rubashov cambió unos cuantos
telegramas con la autoridad competente del Otro Lado. Tres días después los
dirigentes de la sección de trabajadores del muelle fueron expulsados del
Partido, y el pequeño Loewy denunciado en el órgano oficial de prensa del
Partido como un agente provocador. Al cabo de tres días, el pequeño Loewy se
había ahorcado.
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