Anuncio del Sagrista. Esquella de la Torratxa. 1932
En 1917, Antonio Sacristan, dueño de una posada para
marineros en la calle del Cid, número 7, acude a la redacción de El Diluvio
para dar cuenta de lo que el redactor de la noticia califica de intolerable
atropello. Sacristán había sido retenido por los mossos de esquadra,
interrogado en comisaría y golpeado en relación al paradero de una escafandra de la que Sacristán decía no
saber nada .
El Diluvio. 1917
Debía de ser de una
persona bragada el tal Sacristán porque en 1922 vuelve a aparecer su nombre en
la crónica de sucesos, por un
intercambio de golpes con un parroquiano en el bar de su propiedad situado en el
mismo edificio que la posada, la calle del Cid, 7. Por esta segunda noticia sabemos que su nombre
completo era Antonio Sacristan Collado y que tenía 49 años.
La Publicidad. 1922
Que ahí mismo, en ese número 7 de la calle del Cid, se abriera un local de nombre Ca’l Sagrista a mediados de los años veinte, lleva
a suponer que su dueño no fuese otro sino el antes mentado Antonio Sacristán. Sacristan a su vez era el dueño o al menos uno de ellos
de la sala de enfrente cruzada la calle del Cid, el conocido La Criolla. Dos establecimientos
dedicados a lo mismo, uno frente al otro. ¿la demanda era tan grande que podía llenar ambos? La respuesta es clara y rotunda, si. La
demanda era grande y ambos locales siempre estaban a reventar.
¿Y que era lo mismo? Los periodistas que fijaron su atención en los locales de la calle del Cid, Francisco
Madrid, Josep Maria Planes, Sanchez Ocaña… ,
hablan siempre de miseria y vicio, es decir, prostitución, droga, robo y travestismo, dejando traslucir la repugnancia que les
inspiraba. Repugnancia y fascinación. Algo
así como el niño que ante una escena que le repele se cubre los ojos con la mano, abriendo
los dedos para poder ver lo que a la vez le atrae.
Ca'l Sagrista. Fotografía aparecida en la revista Crónica en 1933
Y es
cierto que algo de todo lo que reflejaban en sus artículos había. De
no ser así, no hubieran sido lugares a los que peregrinó la intelectualidad europea, en particular la
francesa, encantada de visitar salas de espectáculo en donde se desplegaban
las artes del sexo prohibido, en particular la homosexualidad que no se
esconde. Georges Bataille en su viaje a Barcelona en 1935, hace la Tourneé des Grans Ducs; Bataclan, Pay-Pay, Madame Petit, La Criolla (que encuentra cerrada) y Ca'l Sagrista.
Algún
escritor menos sensible a la necesidad
de trufar sus artículos con elementos escandalosos, hace
referencia a una mayoría de proletarios y
marineros bailando en los locales de la calle del Cid, así Josep Maria de Sagarra en Vida privada.
Que La Criolla y Cal Sacrista multipliquen su aparición en
artículos de prensa y en novelas tras la Exposición Universal de 1929, me hace suponer
que la Exposición fue el momento en que
se promocionaron dichos lugares como sitios donde se podía ir a observar como se conducía el vicio sin tapujos y a disfrutar de la experiencia sin que corriese peligro el observador.
Ya se preocupaban los encargados del local impedir trifulcas y peleas en su
interior. A los dueños les interesaba que sus locales apareciesen como una
muestra de los deseos oscuros de los pudientes, con ellos ganaban una clientela
de posibles que les haría la propaganda y a su vez necesitaban que la
experiencia pecaminosa estuviese controlada.
Al volver a su país,
o a su tertulia en el Eixample, los visitantes extenderían la novedad boca o
boca amplificando las peculiaridades de lo que habían visto.
Paulatinamente, Ca'l Sagrista se fue convirtiendo en una sala de espectáculos donde primaban los artistas del transformismo. Las fotos que inserto a continuación pertenecen a una serie de Josep María Sagarra de los años treinta.
Ca’l Sagrista, al igual que La Criolla y como toda el área
en torno de ambos locales era una zona en donde la homosexualidad se podía
expresar sin tapujos, incluyendo los ejercicios de travestismo. Era frecuente ver por las calles del Cid y
Mediodia a varones vestidos de
mujer, tabernas y casas de dormir
facilitaban los encuentros de homosexuales y quien tenía una vena artística se
ganaba la vida actuando.
En 1933 y con el voto favorable de todos los grupos
políticos y el aplauso de la prensa, tanto la de carácter conservador como la
que se consideraba avanzada, se aprobó en las Cortes la Ley de Vagos y
Maleantes para el tratamiento de los elementos antisociales, vagabundos,
proxenetas, nómadas y cualquier elemento considerado antisocial.
Sucedió lo usual. La presión moral desplazó a
ciertos grupos de personas con una
conducta que la sociedad señalaba como reprobable hacia lugares degradados y
miserables en donde encontraron una rendija de tolerancia que les permitió mostrarse y actuar. En un segundo
momento, la circunstancia de encontrarse
y actuar en la miseria fue el argumento definitivo que se utilizó para
castigarlos. La homosexualidad fue vista por la sociedad del primer tercio del siglo
pasado, que es el periodo que más nos interesa, como una conducta más viciosa por el hecho de que
el mayor número de homosexuales se
encontraba en el barrio más degradado de
Barcelona.
Pero dejémonos de digresiones y volvamos a Ca’l
Sagrista. Se quejaba Sebastia Gasch en
un artículo de 1936, del deterioro kitsch del ambiente del local. Lo que a
mediados de los años veinte recordaba un salón de puerto inglés con pinturas
ingenuas que rememoraban estampas coloniales como las que adornaban las cajas
de puros de la época, se transformó en una sala pintada de un amarillo insolente con
pinturas chinescas. Vino una tercera
etapa en 1934/35, con Ca’l
Sagrista convertido en el Wu-Li-Chang y la
sala transformada en una chinoiserie. ¿Qué no había o eran muy pocos los chinos
del barrio chino? Pues empapelamos con motivos chinos el antro.
Autor desconocido.
Espectáculo de transformismo en el Wu-Li-Chang
Las luces de neón de La Criolla y Wu-Li-Chang, frente a frente.
Wu-Li-Chang transvestido en el local más chino del barrio
chino se dedicó a los espectáculos de transformismo. Y en esa modalidad fulgió
el gran Mirko.
Mirko
Con la guerra desaparecen las referencias al lugar. No
encuentro datos de que el edificio que albergaba el Wu-Li-Chang quedase afectado
por los bombardeos
Muy buenas fotos y mejor post, Josep, esa Barcelona canalla que ya no existe pero que da morbo introducirse en ese ambiente.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu trabajo y un abrazo.
Esa Barcelona canalla, desapareció, ¡ay! hace mucho tiempo. Y ahora no hay nada o incluso menos que nada. Recorrer el actual Arco del Teatro, o la propia calle del Cid, causa vergüenza. Un fuerte abrazo, Mª Trinidad y muchas gracias por tu comentario.
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