En la Criolla no solo se prostituyen
los jovencitos. En la Criolla, tanto en la jornada de tarde que
termina a las siete, como en la de noche, sin hora fija de cierre
pero siempre en la madrugada, un grupo de quince a veinte mujeres
departe con los clientes. La empresa les da cuatro pesetas al día
por estar, divertir a los que entran, bailar con ellos y sobre todo,
por inducir a esos clientes a consumir. ¡invítame a algo, guapo!.
Cuando consiguen que el cliente las invite, el camarero entrega a la
chica un ticket con el importe de la consumición. El 25% de la
cantidad se les abonará al terminar la noche. Así que consumen e
incitan a consumir. Bebidas de alta graduación, por lo general.
Bebidas que les ayudan a bailar con los marineros y tropa del cercano
cuartel de Atarazanas.
También con algún comerciante de las
comarcas que habiendo terminado el negocio que lo trajo a Barcelona,
pasa por el barrio chino a sacar el vientre de
penas, el bajo vientre, por poco dinero. Ya de paso, para tener material con el que
recrear alguna anécdota que pueda contar por la noche en el casino
del pueblo. ¡he estado en La Criolla y no diríais lo que he visto!.
Hay otra partida a través de la que
consiguen ingresos las chicas. La prostitución. El baile con el cliente
tiene la función de que éste tiente el material cárnico y pactar el
precio de la coyunda.
Una de las chicas, la que tiene las
piernas más bonitas, se llama Antonia. No baila. Antonia es
sordomuda. Cuando entra en confianza con el posible cliente, se saca
del pecho la foto de un oficial de marinería que la dejó preñada y
se fue prometiéndole que volvería a buscarla. Ahora Antonia tiene
un niño que mantener y nunca más ha vuelto a saber del marino.
Como en Tatuaje de Conchita Piquer pero con niño.
Los camareros indican a las parejas
acomodadas que permanecen en los palcos, la figura de Antonia, que
cuando se deja caer agotada en una silla enseña sus bonitas
piernas. Con aletear de manos, explica a los desconocidos su pequeña
historia de penas y vencimientos. Y con la mirada te invita a
llevártela a un hotelito para follar un rato.
Antonia con un grupo de las habituales de la casa.
En las fotos, sonríe. Una sonrisa triste. Una
sonrisa que no puede ocultar su aislamiento del entorno. Sus amigas
bailan con la marinería y ella ha de recurrir a arrimarse a
cualquiera de ellos para indicar por signos que en un piso de arriba
hay una pensión con una cama para los dos. Una ventaja de ser
sordomuda es que no oye la carcajada hiriente del que la rechaza.
Encuentro tres fotografías donde
aparece Antonia, publicadas en dos revistas y un periodico de Madrid
y Barcelona, entre los años 1931 y 1933. Las tres son del mismo día.
En una de ellas se indica que el autor de la fotografía es Torrents,
así que cabe suponer que las tres las tomó Torrents.
Salvo esas tres fotos y los reportajes
que la mencionan, el silencio. Como con casi todos los que se ven en
las fotos de los locales de diversión del Barrio Chino. Desaparecen.
Se muere joven en el barrio chino, y quien no muere está en una
cárcel o un hospital de enfermedades venéreas, o alguien le ha
rasgado la cara, otro marinero que la quería, y sobre todo quería
el dinero que consiguiese cada día. Son personas efímeras, meteoros que un día cruzan las calles.
Antonia rodeada de marineros. Nuevamente en La Criolla
Quien sabe que pasó con ella cuando
cerraron La Criolla por reformas en la primavera de 1935. ¿y una vez
con la nueva La Criolla abierta, ya sin un Pepe Marquez que la
conociese y le dijese al portero que no le cerrase el paso?
Gracias por este excelente reportaje. Por edad, ya no conocí La Criolla, pero al haber nacido en el Barrio Chino (nada de "Raval") me interesan mucho sus pequeñas y grandes historias.
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