Una vez estuve en el Villa Rosa de la calle de Arco del Teatro. Fue a finales de los años setenta o principios de los ochenta. Un conductor del espectáculo amanerado que entre número y número cantaba: ¡¡¡Sandokaaaaan, Sandokaaaaaaaannnnnn… por el culo te la darán!!!.
Los números eran de mujeres orientales que se quitaban la ropa mientras se balanceaban con poca gracia al ritmo de la música y dejaban ver una carne triste. Una vez desnudas, se acercaban a las mesas de los clientes y sus manos apartaban los labios vaginales para que pudiéramos verles el interior del coño.
Los clientes: una representación de marineros de los distintos barcos fondeados en el puerto y parejas emperifolladas con vestidos floreados que celebraban el fin de semana en aquel antro. Además, una pareja de progres, la amiga que venía conmigo y yo.
Nos fuimos, ya nos habíamos bañado en lo que quisimos pensar que era el modo de divertirse de las clases populares en su modalidad de buen salvaje no corrompido por la cultura, teníamos anécdotas que contar a nuestros amigos y la ginebra de garrafón que nos sirvieron nos dejó toda la noche agarrados al borde de la cama por miedo a que el balanceo que se había declarado en nuestra cabeza nos tirara al suelo.
No sabíamos entonces que nosotros, los progres que habíamos ido al local, eramos el último avatar de aquellos turistas que antes de la guerra civil acudían al Villa Rosa para experimentar los placeres perversos del barrio chino en un ambiente más controlado que peligroso.
Son varios los cronistas que refieren como en el Villa Rosa, a unos pasos de la tranquilidad de las Ramblas, cuando el acompañante del turista lo solicitaba, gentes del establecimiento provocaban una riña donde salían a relucir navajas con la
finalidad de que el visitante tuviese una experiencia emocional de las
turbulencias de los barrios bajos de la ciudad.
El local que ocupaba el Villa Rosa, en el número 3 de Arco
del Teatro, empezó siendo Cal Macia, una
taberna cochambrosa que un guitarrista de Castellón de la Plana llamado Miguel
Borrull compró en 1915 y que acondicionó
como tablado flamenco. Borrull tenía la
fortuna de contar con varias hijas que eran excelentes bailarinas además de
hermosas, y la enorme suerte de comprar
el local al principio de la primera guerra mundial que para Barcelona supuso un
flujo de dinero que hizo rica a mucha gente y llenó los cabarets y salas de
espectáculo.
Julia Borrull. Mundo Gráfico 27.07.1916
Con la Exposición Universal de 1929, el Villa Rosa se abre paso entre los monumentos que hay que ver en Barcelona. Escribe Josep María Planes que el turista no podía perderse la visita al Tibidabo, Montserrat, la Sagrada Familia, la Monumental, Montjuic, la casa Mila… y el Villa Rosa. Continuaba diciendo Planes que el Villa Rosa era una concesión magnífica que Barcelona hacía al extranjero. El Villa Rosa poseía el misterio, la falta de confort y la suciedad en el justo grado para que el turista no se sintiera defraudado. Las gitanas del cuadro flamenco poseían el punto justo de mala educación para no molestar excesivamente al señor de más allá de los Pirineos.
Tan laudable le parecía a Planes la existencia del Villa Rosa para la industria turística que en el supuesto de que la familia Borrull, cansada de ganar dinero, un día decidiese abandonar el negocio, el Ayuntamiento de Barcelona no tendría más remedio que hacerse cargo del establecimiento.
Miguel Borrull consiguió hacer famoso el local, sin
desmerecer la parte que en ese éxito tendría la calidad del baile de sus hijas,
Julia y Concha, que la manzanilla que se servía no era de las peores, y otros aspectos no menores como la feliz circunstancia
que entre los que formaban parte del cuadro flamenco estuviesen Carmen Amaya y su padre El Chino.
Mundo Gráfico. 1913
Concha Borrull y su padre. 1917
Concha Borrull bailando en el Villa Rosa.
Cuadro flamenco del Villa Rosa.
También ayudaría al éxito del establecimiento que se
encontrase en un enclave inmejorable. Enfrente tenía el mejor prostíbulo de la
ciudad, Madame Petit, y a uno de sus lados, un comercio de gomas de lo más
reputado, La Japonesa, famoso entre otras cualidades por la variedad de lo que
ahora llamamos dildos y entonces
consoladores, expuestos a la venta. La calidad del producto que vendía La
Japonesa atravesaría los decenios y los periodos históricos y llegaría hasta
los años cincuenta cuando una jovencita Rommy Schneider entonces famosa por la
película Sissi, compraría seis de los consoladores en una visita a la clínica
de gomas y lavajes.
Es posible que el siguiente comentario de Sebastia Gasch sobre sus andanzas con Joan Miro por el Barrio Chino donde habla de una farmacia en la calle Arco del Teatro que disponía de unas gomas que adoptaban unas formas increíbles haga referencia a La Japonesa.
Es posible que el siguiente comentario de Sebastia Gasch sobre sus andanzas con Joan Miro por el Barrio Chino donde habla de una farmacia en la calle Arco del Teatro que disponía de unas gomas que adoptaban unas formas increíbles haga referencia a La Japonesa.
No todo el negocio que generaba el Villa Rosa se quedaba
para los Borrull. Se decía que la acera
frente al local era uno de los mejores lugares para mendigar a los que podía
aspirar un pedigüeño, de modo que el cojo que sentado en la acera sobre un
montón de periódicos controlaba dicha
actividad, conseguía pingues ganancias.
Revista Mundo Gráfico. 4 de abril de 1928.
Josep María Planes describe el local en 1929.
A la muerte de Miguel Borrull en 1926, Julia se hace cargo del establecimiento
ayudada en la parte artística por su hermano Miguel Borrull (hijo).
Julia tuvo que ser una mujer si no bella, tiene una cara muy cuadrada, al menos de un atractivo salvaje. Prueba de ello es el
cuadro Alegrias que Julio Romero de Torres pintó con ella como modelo.
Alegrías. Julio Romero de Torres. Julia Borrull es la bailarina.
Con la Exposición Universal de 1929, el Villa Rosa se abre paso entre los monumentos que hay que ver en Barcelona. Escribe Josep María Planes que el turista no podía perderse la visita al Tibidabo, Montserrat, la Sagrada Familia, la Monumental, Montjuic, la casa Mila… y el Villa Rosa. Continuaba diciendo Planes que el Villa Rosa era una concesión magnífica que Barcelona hacía al extranjero. El Villa Rosa poseía el misterio, la falta de confort y la suciedad en el justo grado para que el turista no se sintiera defraudado. Las gitanas del cuadro flamenco poseían el punto justo de mala educación para no molestar excesivamente al señor de más allá de los Pirineos.
Tan laudable le parecía a Planes la existencia del Villa Rosa para la industria turística que en el supuesto de que la familia Borrull, cansada de ganar dinero, un día decidiese abandonar el negocio, el Ayuntamiento de Barcelona no tendría más remedio que hacerse cargo del establecimiento.
Josep Maria Planes entrevista a Julia Borrull. 1929
Con todo, los conocedores y amantes del flamenco como el cronista Sebastia Gasch dirán del Villa Rosa que es el albergue de la más abyecta españolada, pero como nosotros ni somos conocedores ni tendremos jamás ocasión de contrastar esas opiniones no nos pronunciamos. Como diría mi padre, peles i el demés son puñetes. Y el Villa Rosa bajo la dirección de los Borrull ganaba peles a montones.
Una serie de instantáneas tomadas por Josep María Sagarra en el Villa Rosa en los años treinta. En alguna de ellas se observa a las bailarinas confraternizando con los clientes.
Miguel Borrull (hijo) sería un punto filipino porque hemos
encontrado dos causas abiertas por heridas por arma de fuego que causa a
parroquianos y empleados del establecimiento entre los años 1928 y 1932. Llega
un momento en que Borrull (hijo) abre
en la vecina calle Lancaster el “Alambra Borrull” (sic) del que no tenemos
mayores noticias salvo un comentario de Julia Borrull a Planes dando a entender que no le
preocupa la competencia porque el Villa Rosa continua lleno.
Miguel Borrull (hijo)
El Diluvio 22 de junio de 1928
El Diluvio 3 de febrero de 1932.
El Alambra Borrull
En julio de 1936, el local quedó confiscado por el Sindicato de Inválidos de la UGT que instaló allí su sede. Durante todo el periodo de la guerra civil, el Villa Rosa se dedicó a las tareas administrativas del sindicato.
La Vanguardia. 6 de octubre de 1936.
Como siempre ....Cuidando lo que fue mi barrio y calle Arco del Teatro. Un abrazo. Y esta parte que fue el autentico Chino tiene mucha historia que contar. Y tu sabes hacerlo......y mucha paciencia.Un saludo José.
ResponderEliminarotro saludo para ti y muchas gracias por interesarte en mi blog.
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