Las fotos hasta el inicio del texto son de una serie de Josep Domínguez de 1932 que se encuentra en el Arxiu Fotogràfíc de Barcelona. Se usó alguna para un reportaje del seminario l'Opinió ilustrando una entrevista laudatoria a Puig Munne publicada en junio de aquel año.
Es posible que en aquellos momentos, Puig Munne ya sintiera en su nuca el aliento de quienes le acosaban por un asunto de unas facturas poco claras y necesitaba generar una buena impresión ante la ciudadanía barcelonesa.
Las fotos tienen la función de mostrar la situación de las calles antes y después de los cambios que propició Puig Munne. En las dos primeras aparece Arco del Teatro repleto de paradas que invaden la calzada y hacen muy difícil avanzar, y en las siguientes, la misma calle tras la reforma que más tarde explicaré de Puig Munne. Lo mismo, con la calle Mediodía, en donde aparece una calle repleta de paradas y gente, y la siguiente con las paradas en la acera y permitiendo el paso de vecinos.
Arco del Teatro
Arco del Teatro
Arco del Teatro
Arco del Teatro
Cuatro esquinas mirando a Arco de Cirés
Cuatro esquinas mirando a Arco de Cirés.
calle Mediodía
calle Mediodía
Al menos desde principios del siglo
XX, existió en la calle Arco del Teatro y adyacentes (Cires,
Mediodía, Olmo, Peracamps, Cid, Mina) un mercado callejero no
sometido a control sanitario ni municipal alguno, que abastecía de
alimentos y otros productos a las gentes del barrio chino. Cada
día, desde la mañana a la caída de la tarde, se ocupaban aceras y
parte de las calzadas con las paradas de los vendedores. Con el
pasar de los años se fue dando una especialización de la venta
según las calles. Así, en la calle Mediodía eran mayoría las
paradas de pescado; en Peracamps, los encantes; en Arco de Teatro,
frutas y verduras; en el resto de calles, un poti-poti variado.
En las pocas ocasiones en las que se
aplicaron medidas policiales para desmantelar el mercadillo, quizá
dos veces antes de la llegada de la segunda república, el resultado
fue intrascendente y de corta duracion, y década tras década las
calles continuaron a rebosar de la venta al menudeo de alimentos con
graves carencias sanitarias. Al terminar la jornada, aceras y
calzadas quedaban llenas de restos que cegaban los imbornales. Tal
era el hedor en la calle del Mediodía que muchos no se atrevían a
abrir las ventanas de la vivienda ni siquiera en verano.
1921. Merletti. Uno de los intentos de trasladar el mercadillo de pescado, en aquella ocasión al Paralelo.
Los restos orgánicos que dejaba la
actividad del mercado eran usados por aquellos que criaban animales
en las jaulas habilitadas en las pequeñas terrazas de las viviendas
o incluso dentro de las mismas. Engordados con tronchos y pescado
deteriorado, la carne de los animales (gallinas, conejos, algún
cerdo) era vendida en las tascas de la zona.
Margaret Michaelis. 1934. Vista de las galerías de un edificio del barrio chino, con varias jaulas para animales.
Con las elecciones municipales de abril
de 1931 y la entrada en el gobierno municipal de ERC, el casi
desinterés de los ayuntamientos anteriores por las condiciones de
vida en el barrio chino viró a una preocupación que tenía la
finalidad de modificar en lo poco que se pudiese las condiciones de
vida contando con una pronta desaparición del barrio . Los
republicanos eran contrarios a la propia existencia del barrio chino.
No era una actitud privativa de ERC. Tampoco les gustaba a los
anarquistas. Unas calles estrechas, sucias, húmedas, oscuras, unas
viviendas que eran cuevas sin agua corriente y donde se amontonaban
familias que no podían agenciarse otra habitación más saludable.
Por otro lado, republicanos (y
anarquistas) estaban convencidos de que la falta de condiciones
higiénicas de la trama urbana del barrio chino era un factor
principal en el desarrollo de enfermedades sociales de las gentes del
lugar; del humus urbano del barrio chino surgían batallones de
ladrones, putas, maricones y drogadictos. Estaban convencidos de que
la vía B que comunicaría la calle Muntaner con la Puerta de la Paz,
con las viejas calles se llevaría los miasmas de la zona y
desaparecerían las conductas antisociales.
En un primer momento, y como la vía B
era un objetivo muy ambicioso para las mermadas arcas municipales,
se abocaron al control de los mercadillos. Se nombró a Puig Munne
delegado del ayuntamiento en el distrito V y se amplió su función
al control de los mercadillos callejeros de toda Barcelona. Puig
Munne estableció la tenencia de alcaldía del distrito V en unas
dependencias del antiguo hospital de la Santa Cruz con un gran
almacen anexo. Se instituyó la policía de ronda y se inicio la
persecución del vendedor clandestino.
Cada calle tendría sus paradas
numeradas, cada vendedor tendría que pagar una tasa, el veterinario
velaría diariamente por la salubridad de los productos a la venta, y
un equipo de la policia municipal se encargaría del pago de las tasas.
En cada calle, se eligió a un presidente como correa de enlace entre
el ayuntamiento y los intereses de los vendedores.
L'Opinió. Junio de 1932.
Esta foto y la siguiente parecen una performance que escenifica la represión de la venta ilegal. Autor desconocido.
Una mañana de junio de 1932, el
alcalde Aiguader, con una surtida representación de los concejales y
acompañado de varios prohombres de su partido en el distrito,
recorrió la zona de mercadillos seguido por los periodistas. Un
alcalde “estarrufat” de satisfacción explicando -y mostrando
sobre el terreno- las ventajas de las medidas emprendidas por el
consistorio. Ahora se podía circular por
las calles de mercadillo, había un
puesto (numerado) para cada vendedor y un vendedor para cada puesto,
se vigilaba la higiene de los alimentos, se decomisaba lo que no
estaba en condiciones, y cada tarde, el vendedor, recogía la parada,
colocaba los restos en los lugares habilitados al efecto y limpiaba
con “zotal” (sic) el área de su parada. Tampoco era baladí a
la satisfacción del alcalde, el hecho de que ahora, y por primera
vez desde la existencia del mercadillo, los vendedores ambulantes
pagaban una tasa al ayuntamiento.
Casas i Galobardes. Principio de los años treinta. Calle del Cid tomada desde la calle Mediodía.
Casas i Galobardes. Años treinta. Calle del barrio chino.
No debió de tan beneficioso lo que se
había hecho, o como en anteriores ocasiones, las medidas municipales
quedaron en poco por la pujanza salvaje de unos vendedores que
sobrepasaban en mucho el número de paradas que había asignado el
ayuntamiento e incumplían las normas dictadas, el caso es que el 26
de septiembre de 1934, dos años más tarde de la visita de
Aiguader, el pleno del ayuntamiento aprobó la creación de unos
mercadillos en varias zonas de la ciudad, incluidas la zona de Arco
del Teatro y calles adyacentes. Las características de los mismos
serían objeto de un estudio por el departamento de abastos que
establecería, número de ellos, extensión, características, tasas
a pagar por los vendedores, incorporación de un veterinario, etc.
Es decir, dejaba para un futuro difuso la concreción de las medidas
a tomar en los mercadillos.
Margaret Michaelis. Calle del Olmo, esquina con Arco del Teatro. c1934.
Margaret Michaelis. Calle del Olmo, esquina con Arco del Teatro. c1934.
Es posible que en la demora de la toma
de medidas sobre los mercadillos influyese el hecho de que el motor
principal del cambio, el sr. Puig Munne, el delegado del ayuntamiento
en el distrito, fue destituido de todos sus cargos y expulsado del
partido en verano de 1932, a raíz de un escándalo provocado por
unas facturas poco claras.
Un nuevo pleno del ayuntamiento, del 6
de mayo de 1935 aprobó la habilitación de los llamados
“mercadillos” en varios distritos en donde se permitiría bajo
control de la reglamentación higienica y del peso, la venta de
frutas, verduras y pescado fresco, quedando prohibida la venta de
cualquier otra mercancía. Uno de los “mercadillos” sería el
del las calles Arco del Teatro y adyacentes.
Josep Maria Sagarra. Años treinta. Prob. Arco del Teatro.
Josep María Sagarra. Años treinta. Prob. Arco del Teatro.
A todo esto, y contando además con que
mientras los concejales dilucidaban las características del nuevo
mercadillo la vida continuaba como solía en las calles del chino, en
la calle Mediodía los vecinos, en donde recordemos que se instalaba
diariamente el mercadillo de pescado, no estaban nada conformes con la
función asignada a su calle Ni los industriales de la zona, es
decir, los de los bares y casas de lenocinio estaban de acuerdo con
el hedor nauseabundo de la zona, ni los habitantes de los tugurios
que debian cerrar las ventanas incluso en verano. El ayuntamiento iba
dando largas y posponiendo a un futuro la instalación de un mercado
de pescado que no ofendiese varios de los sentidos corporales de los
vecinos.
Katy Horna. Arco de Cires. c1937. AGA.
Llegó la guerra y continuó la ya
costumbre del ayuntamiento de dar vueltas a las consideraciones sobre
el mercadillo del barrio chino. Una nota de agosto de 1938 da cuenta
de que ya se han habilitado dos de los tres mercadillos que se
instalarán en el barrio y que es inminente su puesta en uso. El
pescado se venderá en el mercadillo de las Atarazanas y las frutas y
verduras en el mercadillo de la antigua calle de San Pablo,
rebautizada como Fargas-Pellicer, en la esquina con Robador, en la
zona conocida como la Galera. El tercer mercadillo, aún en proyecto
y para el resto de productos, se ubicará en el solar de la antigua
cárcel de mujeres.
Pérez de Rozas. Cruce en el barrio chino 4 de agosto de 1937. AFB.
Tras la guerra, una serie de
fotografías de Branguli muestran un mercadillo floreciente en la calle
del Portal de Santa Madrona y adyacentes. Los bombardeos y el
deterioro de las calles del bariro chino habían surtido el efecto de trasladar a la zona de alrededor de Atarazanas las paradas del barrio chino.
Después ya vino "El Grabao", y a principios de los cincuenta, el mercado de la Virgen del Carmen en el Paralelo. Pero eso ya es para otro capítulo.