viernes, 8 de abril de 2016

CA’L SAGRISTA /WU-LI-CHANG. Calle del Cid, 7





                Anuncio del Sagrista. Esquella de la Torratxa. 1932




               Gabriel Casas i Galobardes. Años treinta. Calle Peracamps. A la derecha se ve el rótulo luminoso de Ca'l Sagrista,                    




En 1917, Antonio Sacristan, dueño de una posada para marineros en la calle del Cid, número 7, acude a la redacción de El Diluvio para dar cuenta de lo que el redactor de la noticia califica de intolerable atropello. Sacristán había sido retenido por los mossos de esquadra, interrogado en comisaría y golpeado en relación al paradero de  una escafandra de la que Sacristán decía no saber nada .

                                                                         El Diluvio. 1917


Debía de ser de una persona bragada el tal Sacristán porque en 1922 vuelve a aparecer su nombre en la crónica de sucesos,  por un intercambio de golpes con un parroquiano en el bar de su propiedad situado en el mismo edificio que la posada, la calle del Cid, 7.  Por esta segunda noticia sabemos que su nombre completo era Antonio Sacristan Collado y que  tenía 49 años.



                                                                                   La Publicidad. 1922




Que ahí mismo, en ese número 7 de la calle del Cid,  se abriera un local de nombre Ca’l  Sagrista a mediados de los años veinte, lleva a suponer que su dueño no fuese otro sino el antes mentado Antonio Sacristán.  Sacristan  a su vez era el dueño o al menos uno de ellos de la sala de enfrente cruzada la calle del Cid,  el conocido La Criolla. Dos establecimientos dedicados a lo mismo, uno frente al otro. ¿la demanda era tan grande  que podía llenar ambos?  La respuesta es clara y rotunda, si. La demanda era grande y ambos locales siempre estaban a  reventar. 

¿Y que era lo mismo?  Los periodistas que  fijaron su atención en  los locales de la calle del Cid, Francisco Madrid, Josep Maria Planes, Sanchez Ocaña… ,  hablan siempre de miseria y vicio, es decir, prostitución, droga,  robo y travestismo,  dejando traslucir la repugnancia que les inspiraba.  Repugnancia y fascinación. Algo así como el niño que ante una escena que le  repele se cubre los ojos con la mano, abriendo los dedos para poder ver lo que a la vez le atrae.   

                                               Ca'l Sagrista. Fotografía aparecida en la revista Crónica en 1933


Y es cierto que algo de todo lo que reflejaban en sus artículos  había.  De no ser así, no hubieran sido lugares a los que peregrinó  la intelectualidad europea, en particular la francesa,   encantada de visitar  salas de espectáculo en donde se desplegaban las artes del sexo prohibido, en particular la homosexualidad que no se esconde.   Georges Bataille en su viaje a Barcelona en 1935, hace la Tourneé des Grans Ducs; Bataclan, Pay-Pay, Madame Petit, La Criolla (que encuentra cerrada) y Ca'l Sagrista.  

Algún escritor  menos sensible a la necesidad de trufar sus artículos con elementos escandalosos, hace referencia a  una mayoría de proletarios y marineros bailando en los locales de la calle del Cid, así Josep Maria de  Sagarra en Vida privada

Que La Criolla y Cal Sacrista multipliquen su aparición en artículos de prensa y en novelas tras la Exposición Universal de 1929, me hace suponer que la Exposición fue el  momento en que se promocionaron dichos lugares como sitios donde se podía ir a observar  como se conducía el vicio sin tapujos  y a disfrutar de la experiencia sin  que corriese peligro el observador.  Ya se preocupaban los encargados del local  impedir trifulcas y peleas en su interior.  A los dueños les interesaba  que sus locales apareciesen como una muestra de los deseos oscuros de los pudientes, con ellos ganaban una clientela de posibles que les haría la propaganda y a su vez necesitaban que la experiencia pecaminosa estuviese controlada.

 Al volver a su país, o a su tertulia en el Eixample, los visitantes extenderían la novedad boca o boca amplificando las peculiaridades de lo que habían visto. 

Paulatinamente, Ca'l Sagrista se fue convirtiendo en una sala de espectáculos donde primaban los artistas del transformismo. Las fotos que inserto a continuación pertenecen a una serie de Josep María Sagarra de los años treinta. 











Ca’l Sagrista, al igual que La Criolla y como toda el área en torno de ambos locales era una zona en donde la homosexualidad se podía expresar sin tapujos, incluyendo los ejercicios de travestismo.  Era frecuente ver por las calles del Cid y Mediodia a  varones vestidos de mujer,  tabernas y casas de dormir facilitaban los encuentros de homosexuales y quien tenía una vena artística se ganaba la vida actuando.

En 1933 y con el voto favorable de todos los grupos políticos y el aplauso de la prensa, tanto la de carácter conservador como la que se consideraba avanzada, se aprobó en las Cortes la Ley de Vagos y Maleantes para el tratamiento de los elementos antisociales, vagabundos, proxenetas, nómadas y cualquier elemento considerado antisocial.  

Sucedió lo usual. La presión moral desplazó a ciertos grupos de personas  con una conducta que la sociedad señalaba como reprobable hacia lugares degradados y miserables en donde encontraron una rendija de tolerancia que les permitió mostrarse y actuar. En  un segundo momento,  la circunstancia de encontrarse y actuar en la miseria fue el argumento definitivo que se utilizó para castigarlos. La homosexualidad  fue vista  por la sociedad del primer tercio del siglo pasado, que es el periodo que más nos interesa,  como una conducta más viciosa por el hecho de que  el mayor número de homosexuales se encontraba  en el barrio más degradado de Barcelona. 


Pero dejémonos de digresiones y volvamos a Ca’l Sagrista.  Se quejaba Sebastia Gasch en un artículo de 1936, del deterioro kitsch del ambiente del local. Lo que a mediados de los años veinte recordaba un salón de puerto inglés con pinturas ingenuas que rememoraban estampas coloniales como las que adornaban las cajas de puros de la época, se transformó en  una sala pintada de un amarillo insolente con pinturas chinescas.  Vino  una tercera etapa en 1934/35,   con  Ca’l Sagrista convertido en el  Wu-Li-Chang y la sala transformada en una chinoiserie. ¿Qué no había o eran muy pocos los chinos del barrio chino? Pues empapelamos con motivos chinos el antro. 

                                                                         Autor desconocido. 


                                                         Espectáculo de transformismo en el Wu-Li-Chang

                                                                     Las luces de neón de La Criolla y Wu-Li-Chang, frente a frente. 


                                  


Wu-Li-Chang transvestido en el local más chino del barrio chino se dedicó a los espectáculos de transformismo. Y en esa modalidad fulgió el gran Mirko.

Mirko





Con la guerra desaparecen las referencias al lugar. No encuentro datos de que el edificio que albergaba el Wu-Li-Chang quedase afectado por los bombardeos 


2 comentarios:

  1. Muy buenas fotos y mejor post, Josep, esa Barcelona canalla que ya no existe pero que da morbo introducirse en ese ambiente.
    Muchas gracias por tu trabajo y un abrazo.

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  2. Esa Barcelona canalla, desapareció, ¡ay! hace mucho tiempo. Y ahora no hay nada o incluso menos que nada. Recorrer el actual Arco del Teatro, o la propia calle del Cid, causa vergüenza. Un fuerte abrazo, Mª Trinidad y muchas gracias por tu comentario.

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