La bella Chelito
llenaba los teatros de
espectadores admirados de la tenacidad
con que la artista se buscaba una
pulga que saltaba de una parte a otra de su
anatomía. Tras el espectáculo, una vez
en el camerino, la bella entregaba sus favores al caballero
que su señora madre había decidido que haría de pulga aquella noche. La madre
de la Chelito era una señora de genio pronto y con un criterio claro de contabilidad amatoria. Solo entraba en
contacto con Chelito aquel varón de
acreditada solvencia económica y que había pujado por encima de otros
caballeros y ganado en la rifa de ser pulga por una noche.
Dos fotografías de la bella Chelito.
En una ocasión, la anécdota es muy conocida y probablemente apócrifa, la Chelito se enamoró
de un joven de buena familia pero sin medios de fortuna. La madre, sabedora de
las circunstancias que concurrían en la relación - de las circunstancias
económicas, las únicas que merecían su interés- esperó a la siguiente visita del amante y le
espetó dos frases que son una expresión de lucidez suprema: “usted no puede aspirar a la mano de mi hija
–en aquel tipo de relación que mantenía la bella Chelito, hay que entender mano
como metonimia- porque no tiene dinero.
¡Y el que no tiene dinero es un sinvergüenza!”.
La madre de la Chelito sin estudios de ningún tipo había llegado a la misma conclusión que las sociedades
protestantes tras siglos de reflexión ética. El favor de Dios se reconoce
porque uno tiene lleno el bolsillo y si alguien es pobre no cabe sino pensar
que su mala cabeza, su falta de virtudes y,
casi siempre, su insania, no le
han permitido una posición económica holgada .
Así lo explica Max Weber y nosotros no estamos en condiciones de contradecir
las tesis del sociólogo.
La madre de la Chelito con el discurrir propio de quien ha pasado mucha hambre en la vida y engendrado una hija de aspecto agradable,
sabía que si administraba con prudencia sus bienes, es decir, a su hija, podría pasar una vejez sin demasiadas
miserias. No era un pensamiento excepcional. Lo mismo opinaban las madres de las muchas
canzonetistas, cabaretistas, tanguistas, taxi-girls y cupletistas que llenaban las salas de espectáculo
españolas, vigiladas y asesoradas por
sus madres tan roqueñas y lúcidas como
la madre de la bella Chelito.
En esa relación entre las cabaretistas y sus madres, como en tantas
otras cuestiones, España ha sido diferente al resto de Europa. Y véase en el
comentario un elogio. Joaquín Edwards
Bello, escritor, embajador de Chile y
enamorado de Barcelona en cuyo Hotel Falcón se alojaba cada vez que venía a
nuestra ciudad, explicaba las diferencias en un capítulo de su libro El
nacionalismo continental.
Atraidos como estamos por la mente poderosa de las madres de las cupletistas – las imaginamos gruesas y calladas, observando con atención las evoluciones de los moscones desde su
atalaya en el fondo de la sala, donde reciben de vez en cuando un bistec con
patatas que les envía su hija- encontramos que su mundo adolece de una falla.
Nadie, apenas nadie, las ha retratado. Las
revistas se llenan de imágenes de sus hijas, pero el verdadero pal de paller de
la economía familiar permanece en la sombra.
Y hete aquí que encuentro la fotografía de una de esas
cabaretistas junto a su madre. La cabaretista es Teresita Ribo, taxi girl del
Mónaco, un cabaret dentro de la fábrica del Teatro
Principal, allí donde con el tiempo se abriría la Cúpula Venus. Teresita Ribo en diciembre de 1934 tuvo sus
preceptivos quince minutos de gloria.
Cabaret Mónaco con Miguel de Molina junto al cartel
que anuncia su espectáculo.
Un hombre que la vio bailar en el cabaret la confundió con su mujer
de nombre Antonia Lopez, de quien el varón hacía
un tiempo que no sabía nada por haberse marchado del domicilio. El sujeto, encontrada su Antonia bajo la
figura de una hermosa cabaretista, pugnaba por arrastrarla al hotel más cercano
y hacer valer sus derechos de casado. Teresita juraba y perjuraba que no había visto en su vida al sujeto, y mucho menos llamarse Antonia y haberse
casado con él. Tuvo que intervenir la
autoridad que condujo a ambos delante del juez.
Teresita presentó a varios testigos, sus compañeras en el cabaret, su
madre, conocidos de donde vivían Teresita y su madre. El
juez resolvió que Teresita era Teresita.
Tuvo mucha importancia en la resolución del pleito que inesperadamente apareciese Antonia López en la sala donde se resolvía la naturaleza de la relación marital de Teresita. Antonia explicó su vida y la de su marido y se manifestó en
el sentido que de ningún modo pensaba volver al hogar conyugal.
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