sábado, 4 de julio de 2015

La Criolla (V). Simone Weil en La Criolla






Europa 51 es una película de Rossellini con guión de Fellini, protagonizada por una Ingrid Bergman tan delgada que más que espiritualizada como pretende la historia que narra, aparece casi descarnada, como estando ya más familiarizada con el ultramundo que con la humanidad doliente. En youtube se puede ver entera.



                   



La película es un trasunto de la vida de Simone Weil,  que al igual que la heroína de la película entró a trabajar en una fábrica por identificarse con el sufrimiento de los obreros y  murió de consunción en Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial al negarse a comer cantidades de comida superiores a las que suponía que disponían los franceses de la Francia ocupada. Nos gustan las historias de quienes se sacrifican por la colectividad. Conjugan en su persona y en un grado máximo los dos valores que todas las culturas aceptan como positivos: Valentía y generosidad.

Los demás con nuestras pequeñas mezquindades y nuestras pequeñas generosidades asumimos que quien se sacrifica hasta llegar si es preciso a dar la vida por los demás está hecho de una pasta superior a la nuestra. Cuanto más sacrificio, más admiración. Así sea el Che Guevara como Sor Teresa de Calcuta, los liquidadores de Chernobyl o, en su entorno, los kamikazes del fundamentalismo islámico.

Simone Weil forma parte del grupo de los que se sacrifica hasta la muerte, pero su obstinación en identificarse con la colectividad oprimida no parece haber beneficiado a la humanidad en modo alguno.

No al menos como miliciana en la guerra de España, donde la destinaron a las cocinas al comprobar los mandos su nula capacidad para usar de modo adecuado el fusil. El resultado fue que se quemó friendo huevos y hubo que trasladarla al hospital que se habilitó en Sitges. Ya no volvió al frente y rescatada por sus padres, terminó en Sitges su aventura española.

Ni tampoco durante la segunda guerra mundial, cuando en Londres pugnó por ser lanzada en paracaídas sobre la Francia ocupada para actuar de quintacolumnista. De Gaulle decía de ella que estaba loca y rechazaba sus pretensiones de tomar parte activa en la liberación de Francia.

Antoine Gimenez coincidió con Simone Weil en el frente de Aragón en el año 36 donde ambos formaban parte del Grupo Cosmopolita, antes de la formación de las Brigadas Internacionales. Escribe Gimenez (Antoine Gimenez "Souvenirs de la guerre d’Espagne" 19 juillet 1936 - 9 février 1939).


"Ce groupe cosmopolite grossissait de jour en jour. Ridel et Carpentier, de retour d’un voyage à Barcelone, arrivèrent accompagnés d'une jeune femme aux longs cheveux noirs. J’appris par la suite qu'elle s'appelait Simone Weil et qu’elle se disait syndicaliste".


En otro párrafo:

"Six femmes s'occupaient de l'infirmerie et de la cuisine : Marthe, Madeleine, Simone, Augusta, Mimosa et Rosaria. Deux d'entre elles, Marthe et Madeleine, vivaient en ménage, respectivement avec Pierre et Hans. À l'exception de Simone Weil qui rentra en France, toutes les autres restèrent en Espagne pour toujours : Marthe, Mimosa et Augusta tombèrent à Perdiguera".


Por último, explica Gimenez el accidente de Weil.

"nous eûmes le chagrin de perdre Simone Weil, qui se brûla avec de l'huile bouillante en voulant faire des œufs sur le plat pour le déjeuner. On l'évacua sur Barcelone et de là elle rentra en France. Elle était restée, à peu de choses près, environ un mois avec nous"


                                                    Simone Weil en uniforme de miliciana





Y todo esto viene a modo de introducción sobre el gran acontecimiento que para este blog supone el hecho de que Simone Weil visitase La Criolla.

     Casas i Galobardes. Años treinta. La calle Peracamps y al fondo el rótulo luminoso de La Criolla.


Todos los estudiosos de la vida de Simone Weil coinciden en situarla en Barcelona durante el agosto de 1933. Llegó a Barcelona acompañada por Aimé Patri, un trotskista y visitó en varias ocasiones La Criolla.  Eso al menos le comentó Aimé Patri a Bataille.



A Bataille no le gustaba gran cosa Simone Weil y en El azul del cielo la retrata en la figura de Lazare. Dice de Lazare lo siguiente:

Era una chica de veinticinco años, fea y visiblemente sucia […]. Llevaba unas prendas negras, de pésimo corte y llenas de manchas. Parecía no distinguir nada de cuanto se hallaba frente a ella, a menudo empujaba las mesas al pasar. Sin sombrero, sus cabellos cortos, tiesos y mal peinados le ponían como alas de cuervo a ambos lados de la cara. […] Sembraba el malestar: hablaba lentamente con la serenidad de un espíritu al que todo le es ajeno: la enfermedad, la fatiga, la pobreza o la muerte no contaban para nada a sus ojos. Lo que de antemano suponía en los demás era la más tranquila indiferencia. Ejercía una fascinación cierta, tanto por su lucidez como por su pensamiento de alucinada.


Ellos, la inteligencia parisina, los Picabia, Cartier-Bresson, Bataille, André Masson, acudían a Barcelona para demorarse en sus prostíbulos y a última hora de la noche, acompañados de sus mujeres cuando viajaban con ellas, a La Criolla a ver el espectáculo de los hombres que hacían de mujer. Les debía de parecer la suya una conducta transgresora de tal intensidad que necesitaba plasmarse en un libro. Es lo que hizo Bataille con El azul del cielo. Saber que Simone Weil era otra de las que había acudido a La Criolla y no una vez sino varias, le provocaba tal malestar a Bataille que tuvo que escribir un libro para ajustarle las cuentas a aquella mujer tan fea y que olía tan mal.

Aimé Patri también recordaba que Simone Weil especuló con ponerse agujas debajo de las uñas como entrenamiento para la tortura. Así se lo contó Patri a Simone Pétrement.

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PD: Un moco que le suelta Simone Weil a Simone de Beauvoir y que esta última cuenta en "Memorias de una joven formal". No tiene nada que ver con el Barrio Chino de Barcelona, pero un moco es un moco.


Escribe Simone de Beauvoir:

"Esa terquedad me impidió sacar provecho de mi encuentro con Simone Weil. Mientras preparaba la escuela Normal, pasaba en la Sorbona los mismos certificados que yo. Me intrigaba a causa de su gran fama de inteligencia y por su extraña vestimenta; deambulaba por los corredores de la Sorbona, escoltada por un grupo de ex alumnos de Alain; llevaba siempre en un bolsillo de su chaqueta un número de Libres propos y en otro un número de L'Humanité. Una gran hambre acababa de asolar a China y me habían contado que al enterarse de esta noticia se había echado a llorar: esas lágrimas forzaron mi respeto aun más que sus dones filosóficos. Yo envidiaba un corazón capaz de latir a través del universo entero. Un día logré acercarme a ella. Ya no sé cómo se inició la conversación; declaró en tono cortante que una sola cosa contaba hoy sobre la tierra: la Revolución que daría de comer a todo el mundo. Respondí de manera no menos perentoria que el problema no era hacer la felicidad de los hombres sino encontrar un sentido a su existencia. Me miró de hito en hito: "Se ve que usted nunca ha tenido hambre", dijo. Nuestras relaciones se detuvieron ahí. Comprendí que me había catalogado: "una burguesita espiritualista" y me irrité, como me irritaba antes cuando la señorita Litt explicaba mis gustos como infantilismo; me creía liberada de mi clase: no quería ser sino yo misma".

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